El Trabajo en Equipo, entendido desde una óptica socio-emocional, es mucho más que dividir tareas; es un ejercicio de cooperación, escucha activa y apreciación de la diversidad de roles. Es un motor directo de la inclusión porque obliga a los adolescentes a interactuar y depender de sus compañeros para lograr un objetivo común.
Para el joven en riesgo, el trabajo en equipo ofrece un rol definido y una responsabilidad, lo que combate el sentimiento de invisibilidad o inutilidad. Las dinámicas de grupo enseñan la interdependencia positiva, donde el éxito individual se entrelaza con el logro colectivo. Esto promueve la empatía («necesito entenderte para que podamos ganar») y la regulación emocional («debo manejar mi frustración para no perjudicar al equipo»).
El proyecto utiliza el trabajo en equipo para demostrar que las diferencias individuales son, de hecho, activos valiosos. El adolescente introvertido puede ser el mejor en la organización de datos, mientras que el más extrovertido se encarga de la comunicación. Al valorar las contribuciones de cada uno, se fortalecen los lazos sociales y se crea un sentido compartido de pertenencia y corresponsabilidad, esencial para una inclusión duradera en la sociedad.
Referencia: Slavin, R. E. (1995). Cooperative learning: Theory, research, and practice. Allyn and Bacon.