La Autorregulación es una función ejecutiva crítica que se traduce en la capacidad de controlar los estados internos, los impulsos y los recursos atencionales. En la adolescencia, donde los impulsos son fuertes y las estructuras cerebrales de control aún están en desarrollo, la falta de autorregulación es una causa principal de conflictos sociales y problemas académicos que conducen a la exclusión. Un joven con baja autorregulación puede interrumpir constantemente, reaccionar de forma agresiva ante la frustración o ser incapaz de persistir en una tarea grupal, volviéndose un elemento disruptivo o poco confiable para sus compañeros y profesores.
El desarrollo de esta competencia, abordado por el proyecto, capacita al adolescente para inhibir respuestas automáticas y reemplazarlas por un comportamiento socialmente más adaptativo. Esto incluye la capacidad de esperar el turno, manejar el rechazo sin escaladas emocionales y mantener el foco en tareas a largo plazo (como proyectos escolares en grupo).
La autorregulación influye directamente en la percepción de fiabilidad del joven. La capacidad de mantener la calma durante una crisis o de terminar un compromiso asignado lo convierte en un miembro valorado y estable dentro de las dinámicas grupales. En el entorno académico, mejora la concentración y la gestión del tiempo, lo que se traduce en un mejor desempeño y, consecuentemente, en un menor riesgo de exclusión por fracaso escolar. Al aprender a modular su comportamiento y sus emociones, el adolescente se convierte en un compañero predecible y agradable, facilitando la construcción y el mantenimiento de relaciones duraderas que son la esencia de la inclusión.
Referencia: Diamond, A., & Ling, D. S. (2016). Conclusions about interventions, programs, and approaches for improving executive functions that appear most promising. Cognitive Development, 40, 125-144.